Autoridad
Mirando alrededor mío, vi luces que flotaban sin ningún apoyo. En el suelo, una alfombra de coronas rotas me rodeaba completamente y me
impedía moverme en dirección alguna, ya que las puntas filosas auguraban cortes tan profundos como para desmembrar un caballo.
Troncos de árboles sin copas ni hojas ni señales de estar o haber estado vivos en algún momento, se levantaban parcos y hostiles.
Esa inerte soledad me dejaba tranquilo.
Por eso me desesperó el ruido del agua que venía bajando de algún desfiladero lejano y muerto.
Agua destilada. Agua pura, sin bacterias ni microbios. clara y casi invisible, y por eso mucho más terrible que la peor de las aguas contaminadas.
Agua que me limpiaría como ácido sulfúrico. Agua que dejaría solo mis huesos.
Ya no había comodidad, porque le tengo bastante apego a mi carne.
La falta de escape me paralizó y no podía sentarme sin perder una pierna, un brazo o vaya uno a saber qué órgano interno.
Apreté los dientes y cerré los ojos. Empezé a desear.
Sangre.
Solté mi mandíbula y reabrí mis ojos.
Noté entonces que ya no había agua acercándose, sino hormigas.
Hormigas rojas y pequeñas. Hormigas con cascos y estandartes. Con banderas, himnos y pabellones. Hormigas con cañones, tanques y aviones de combate.
Ahora sí estaba perdido. Y esto iba a doler bastante más.
Hubiese preferido el agua. De todas formas el sueño estaba decidido a matarme.
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